El baño suele ser un ritual íntimo que hasta puede tener su dosis de hedonismo si lo tomamos con calma, como cierre o inicio del día. Una ducha fresca en verano, una inmersión tibia y acogedora en invierno… El agua no pide permiso, y esa es una de sus grandes virtudes. Podemos elegir su sutileza, y dejarnos salpicar. O preferir que nos invada y nos recorra sin respetar pudores. ¿Si algo tan cotidiano puede ser tan placentero, por qué no compartirlo? ¿Cómo permitirse que ese espacio sea un buen momento para la pareja?
La primera vez que disfrutaron del amor bajo el agua fue en unas intensas vacaciones en la playa, cuando todavía no tenían hijos. Por años, a medida que iban creciendo como familia, recordaron con nostalgia los baños compartidos en el jacuzzi al aire libre, en la terraza de la habitación del hotel. Andrea V. solía fantasear con regresar a ese momento idílico cada vez que se sentía sobrepasada por la realidad laboral y lejos del erotismo soñado alguna vez con su pareja.
Una mañana, y para aprovechar el tiempo (bien escaso si los hay en una casa con chicos), se metió en el baño donde se estaba duchando su marido. “Sé que estamos apurados, pero los chicos todavía no se despertaron y podemos ganar tiempo si nos duchamos juntos….¿me enjabonás?”, sugirió. Una mano apareció muy gentil invitándola a entrar a la bañadera. Fueron cinco minutos, no más. ¡Pero qué mágicos!
El vapor recortaba los cuerpos de una manera especial, podía ser él, pero podía ser cualquier otro; y el jabón (aliado indiscutido de los amantes) lograba impulsar las manos con un vértigo estremecedor…
Sin pensarlo, se dieron cuenta de que en la rutina también hay espacios para el placer. Todo depende de saber encontrarlos.
¿Te ayudó alguna vez el agua a disfrutar más del sexo?
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